CC OO y UGT han convocado huelga general el 29 de septiembre. Podemos contar esta historia empezando por el principio. Han pasado apenas tres años desde el comienzo de esta crisis que sufrimos y ya quedan lejos el cómo y el porqué empezó todo y el olvido ha enterrado las promesas y los buenos propósitos. Recordemos que este cuento de miedo se inicia con un globo que estalla de tanto inflarle aire financiero por los bancos que prestaron y prestaron dinero y cuyos directivos cobraron muchísimo dinero por prestar dinero. En España nos estallaron los ladrillos y las hipotecas que los bancos “nos regalaban”.
El cuento continuó con la quiebra de algunos bancos, la ruina de mucha gente que les había confiado sus ahorros, con millones de puestos de trabajo perdidos, con millones de personas que, después de perder el trabajo, perdieron la casa hipotecada. Los Gobiernos de los países afectados (esta parte del mundo en la que vivimos) acudieron al rescate. Pusieron el dinero público en las cajas de los bancos privados y con ese dinero salvaron a la mayoría. Pusieron dinero público también para ayudar a los trabajadores y trabajadoras que habían perdido su empleo. La deuda pública aumentó y aumentó.
Esta intervención del Estado ocurrió en todos lo países independientemente del partido político que gobernara. Ocurrió en los países europeos en los que la intervención del Estado forma parte de su política desde mediados del siglo XX, ocurrió en el Reino Unido, donde los Gobiernos de Margaret Thatcher impusieron desde los 80 el “Estado delgado”, y ocurrió en EE UU, lugar sagrado de los defensores de “mejor cuanto menos Estado”, templo de los inventos financieros.
Los Gobiernos pusieron dinero y más dinero, prometieron y prometieron cambios, reformas y controles, prometieron –incluso- refundar el capitalismo. El inefable presidente de la patronal española (CEOE) se atrevió a proponer “un paréntesis en la economía de mercado”. No había vergüenza de pedir la intervención del Estado, es decir, de pedir dinero público. La Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) calculan que el 25% del PIB de los países “desarrollados” se ha dedicado a solucionar la crisis financiera.
Si alguien hubiera dicho que tres años después del crash de 2007 estaríamos gobernados a las órdenes del FMI y de las agencias privadas que clasifican el riesgo de un país o empresa, hubiera tenido tanta credibilidad como si hubiera hablado del regreso de los zombies. Tanto el FMI como las agencias Moody´s, Standard & Poor´s y Fitch, la santa trinidad que tanto ordena y manda, alabaron y bendijeron aquellos bancos y sus hipotecas basura, entre otras cosas.
Pues los zombies han vuelto e imponen las políticas de los Gobiernos. Cosa difícil de entender si tenemos en cuenta que esa trinidad implacable son tres empresas que viven de lo que otras empresas les pagan para que las califiquen como dignas de confianza o no. Sus capacidades “objetivas” de análisis se demostraron, precisamente, en el crash de 2007. Recuperada la sangre necesaria por las donaciones públicas, cargan de nuevo con la teoría del libre mercado, de la no intervención del Estado, del recorte del gasto público, de las inversiones sin control y de las bondades de convertir en negocio propio todo aquello que aún es cosa pública.
La paradoja de la socialdemocracia europea es que sus políticas sirven tanto para construir un modelo de Estado de bienestar como para salvar las crisis del capitalismo que provoca el liberalismo económico real, defendido por sus enemigos políticos. La paradoja se cierra cuando la socialdemocracia acaba el ciclo aplicando los dogmas de sus enemigos políticos.
Entonces, los trabajadores son el problema, se convierten en los malditos trabajadores que exigen trabajo, pan y libertad. Salvado el culo del sistema liberal con los bienes públicos, todas las patadas las reciben los culos de millones de trabajadores y trabajadoras:
si tienen un trabajo, son unos privilegiados; si tienen un trabajo fijo, son unos egoístas; si eres un pensionista, te conviertes en un parásito… El mensaje es cruel, tremendo y, lamentablemente, asumido en nuestro país por una minoría de “cien sabios”, acogida como voz infalible en la opinión publicada y recibida en La Moncloa. Parece increíble tener que recordar que en la economía no existe la verdad revelada. Y dejémoslo claro: la reforma laboral y la política que defiende el Gobierno español es la dominante, es decir, aquella que mantiene el tinglado a costa de la clase trabajadora, de los asalariados, de los más débiles en la pirámide social, de la mayoría.
Vistas las relaciones económicas y sociales como un mercado, la estructura se impone a esas relaciones. La armonía de las relaciones económicas y sociales se consigue a través de los pactos sociales, origen de la paz social que tanto han defendido los gobiernos socialdemócratas y a la que tanto han contribuido con las políticas que han construido el modelo de Estado de bienestar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La escuela y la sanidad universales y gratuitas, las viviendas sociales, la formación profesional, la alfabetización, las enseñanzas para adultos, las ayudas diversas a las personas sin recursos económicos (o sea, pobres), las becas, o los polideportivos de los barrios forman parte del Estado de bienestar, es decir, forman parte de la paz social. Los malditos trabajadores construyen el Estado de bienestar y la paz social, sin ellos es imposible.
Ni las rentas del trabajo han provocado quiebra o crisis alguna ni los derechos adquiridos a lo largo de muchas décadas con la lucha sindical y el esfuerzo de cada trabajador, de cada trabajadora han arruinado ningún país. Esos derechos adquiridos conforman el Estado social que aparece tal cual en nuestra Constitución. Esos derechos adquiridos no son privilegios sino que conforman un modelo de Estado de bienestar construido en una parte de Europa que hemos tenido en España como referencia de la libertad y de la equidad social.
El 29 S es una lucha contra la pérdida de derechos y contra el descrédito intencionado de todo cuanto esté relacionado con lo público, con el bien común, con el trabajo: sean la política, el sindicalismo o la seguridad social, sean la educación, la sanidad o los derechos laborales, sean el sistema público de pensiones o la protección al desempleo.
Conviene recordar que el cuento de la crisis tiene un final abierto. Siempre existe la posibilidad de escribir la palabra RESISTENCIA y que los malditos trabajadores rectifiquen el final que nos están preparando.
fuente: CCOO
Esta intervención del Estado ocurrió en todos lo países independientemente del partido político que gobernara. Ocurrió en los países europeos en los que la intervención del Estado forma parte de su política desde mediados del siglo XX, ocurrió en el Reino Unido, donde los Gobiernos de Margaret Thatcher impusieron desde los 80 el “Estado delgado”, y ocurrió en EE UU, lugar sagrado de los defensores de “mejor cuanto menos Estado”, templo de los inventos financieros.
Los Gobiernos pusieron dinero y más dinero, prometieron y prometieron cambios, reformas y controles, prometieron –incluso- refundar el capitalismo. El inefable presidente de la patronal española (CEOE) se atrevió a proponer “un paréntesis en la economía de mercado”. No había vergüenza de pedir la intervención del Estado, es decir, de pedir dinero público. La Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional (FMI) calculan que el 25% del PIB de los países “desarrollados” se ha dedicado a solucionar la crisis financiera.
Si alguien hubiera dicho que tres años después del crash de 2007 estaríamos gobernados a las órdenes del FMI y de las agencias privadas que clasifican el riesgo de un país o empresa, hubiera tenido tanta credibilidad como si hubiera hablado del regreso de los zombies. Tanto el FMI como las agencias Moody´s, Standard & Poor´s y Fitch, la santa trinidad que tanto ordena y manda, alabaron y bendijeron aquellos bancos y sus hipotecas basura, entre otras cosas.
Pues los zombies han vuelto e imponen las políticas de los Gobiernos. Cosa difícil de entender si tenemos en cuenta que esa trinidad implacable son tres empresas que viven de lo que otras empresas les pagan para que las califiquen como dignas de confianza o no. Sus capacidades “objetivas” de análisis se demostraron, precisamente, en el crash de 2007. Recuperada la sangre necesaria por las donaciones públicas, cargan de nuevo con la teoría del libre mercado, de la no intervención del Estado, del recorte del gasto público, de las inversiones sin control y de las bondades de convertir en negocio propio todo aquello que aún es cosa pública.
La paradoja de la socialdemocracia europea es que sus políticas sirven tanto para construir un modelo de Estado de bienestar como para salvar las crisis del capitalismo que provoca el liberalismo económico real, defendido por sus enemigos políticos. La paradoja se cierra cuando la socialdemocracia acaba el ciclo aplicando los dogmas de sus enemigos políticos.
Entonces, los trabajadores son el problema, se convierten en los malditos trabajadores que exigen trabajo, pan y libertad. Salvado el culo del sistema liberal con los bienes públicos, todas las patadas las reciben los culos de millones de trabajadores y trabajadoras:
si tienen un trabajo, son unos privilegiados; si tienen un trabajo fijo, son unos egoístas; si eres un pensionista, te conviertes en un parásito… El mensaje es cruel, tremendo y, lamentablemente, asumido en nuestro país por una minoría de “cien sabios”, acogida como voz infalible en la opinión publicada y recibida en La Moncloa. Parece increíble tener que recordar que en la economía no existe la verdad revelada. Y dejémoslo claro: la reforma laboral y la política que defiende el Gobierno español es la dominante, es decir, aquella que mantiene el tinglado a costa de la clase trabajadora, de los asalariados, de los más débiles en la pirámide social, de la mayoría.
Vistas las relaciones económicas y sociales como un mercado, la estructura se impone a esas relaciones. La armonía de las relaciones económicas y sociales se consigue a través de los pactos sociales, origen de la paz social que tanto han defendido los gobiernos socialdemócratas y a la que tanto han contribuido con las políticas que han construido el modelo de Estado de bienestar a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La escuela y la sanidad universales y gratuitas, las viviendas sociales, la formación profesional, la alfabetización, las enseñanzas para adultos, las ayudas diversas a las personas sin recursos económicos (o sea, pobres), las becas, o los polideportivos de los barrios forman parte del Estado de bienestar, es decir, forman parte de la paz social. Los malditos trabajadores construyen el Estado de bienestar y la paz social, sin ellos es imposible.
Ni las rentas del trabajo han provocado quiebra o crisis alguna ni los derechos adquiridos a lo largo de muchas décadas con la lucha sindical y el esfuerzo de cada trabajador, de cada trabajadora han arruinado ningún país. Esos derechos adquiridos conforman el Estado social que aparece tal cual en nuestra Constitución. Esos derechos adquiridos no son privilegios sino que conforman un modelo de Estado de bienestar construido en una parte de Europa que hemos tenido en España como referencia de la libertad y de la equidad social.
El 29 S es una lucha contra la pérdida de derechos y contra el descrédito intencionado de todo cuanto esté relacionado con lo público, con el bien común, con el trabajo: sean la política, el sindicalismo o la seguridad social, sean la educación, la sanidad o los derechos laborales, sean el sistema público de pensiones o la protección al desempleo.
Conviene recordar que el cuento de la crisis tiene un final abierto. Siempre existe la posibilidad de escribir la palabra RESISTENCIA y que los malditos trabajadores rectifiquen el final que nos están preparando.
fuente: CCOO
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