Daniel Bueno Valencia
Cuando la economía mundial entró en caída libre en 2008, también lo hicieron nuestras creencias», afirma el Nobel Stiglitz en su último libro. Parecía claro durante 2008 y 2009 que el mundo estaba cambiando, que el capitalismo se estaba reformando para no volver a caer en una profunda crisis. El 15 de noviembre de 2008, en la cumbre del G20 celebrada en Washington, el jefe de Estado francés y presidente de turno de la Unión Europea, Nicolás Sarkozy, afirmaba que deberíamos replantear el sistema financiero desde cero, como en Bretton Woods.
Eran momentos de poner freno a la espiral especulativa, reflotando los bancos que más hundieron sus cimientos en barro sin valor, y actuando al mismo tiempo para reactivar la economía y el consumo, fuertemente contraídos como resultado de la crisis. El presidente español acababa de revalidar la victoria electoral en las urnas, el 9 de marzo de 2008, sin que hasta después de su victoria se empezase a utilizar la palabra crisis. ¿No recuerdan los eufemismos de «desaceleración», «enfriamiento», «ralentización», tan usados en aquellos meses para evitar reconocer la gravedad de la situación económica?
El 4 de diciembre de 2007 el candidato Zapatero prometió eliminar el Impuesto sobre el Patrimonio si revalidaba su victoria. Un regalo de cerca de 2.000 millones de euros a un millón de contribuyentes, a una media de 2.000 euros por contribuyente. El 27 de enero de 2008, Zapatero anunció la devolución en junio de 400 euros en el IRPF. Un regalo de 6.000 millones de euros para dieciséis millones de contribuyentes. El ‘aterrizaje suave’ en la crisis parecía que nos mantenía más tiempo en el aire que con los pies en la tierra.
Y se comenzaron las políticas de estímulo, por un lado al sector bancario, por otro, con el Plan E, un plan más enfocado a una crisis coyuntural de la construcción que una crisis profunda y sistémica como la que estábamos viviendo. Ni hablar de política fiscal. Ni hablar de control de gasto. Ni hablar de optimizar las inversiones, de cualificar el mercado de trabajo, de buscar formulas para que el ICO interviniera de una forma más directa en la fluidez de créditos a las empresas. Políticas mezcladas con graciosos deterioros del erario público por mor de propuestas electorales realizadas por sorpresa y a destiempo.
Debe tener razón Stiglitz, que contribuyó a la elaboración del programa electoral de 2008 del PSOE, con que la crisis se ha llevado por delante las creencias de algunos. Pensábamos, ingenuos, que aquellos cuyas creencias entraban también en crisis eran los que habían sostenido el sistema de valores, ideas y políticas que dieron lugar al fundamentalismo económico del libre mercado. Pero no, finalmente no son ellos los que han visto derrumbadas sus creencias al ver fracasar sus experiencias: entran en crisis las democracias, triunfan los mercados.
Duele que ello sea así en una Unión Europea absorta en lo monetario y ausente en cuanto a cohesión social y desarrollo equilibrado. El proyecto de Unión Europea como unión de ciudadanos está prácticamente enterrado bajo la Europa de comerciantes, financieros y mercaderes. Pero si cabe, duele más que en uno de los pocos países importantes gobernado por un partido socialdemócrata, se de un cambio de rumbo tan radical, poniendo encima de la mesa un recetario de recortes sociales, laborales y salariales que contradice lo expresado hasta hace apenas tres meses de forma insistente.
Y en esto que llegó la reforma laboral: facilitar y abaratar el despido. «Abaratar el despido no es el camino para crear empleo, sólo provocaría más desigualdades sociales y menos protección a los trabajadores, sobre todo en un país donde todavía nos queda por avanzar en materia de protección social. El camino es crecer económicamente, ser competitivos, innovar, formación, educación: ése es el camino». Estas son palabras de José Luis Rodríguez Zapatero el 17 de enero de 2010, en una entrevista en el diario ‘El País’. ¿Cuándo tenía razón el presidente, cuando afirmaba esto o cuando nos dice que es irremediable realizar un sacrificio colectivo?
Iban a reformar el capitalismo, y todo se queda en reformas en la misma dirección: menos derechos, menos protección y menos salarios. ¡Para satisfacción del dios mercado, le ofrecemos a trabajadores y trabajadoras como sacrificio! El 29 de septiembre hay que parar este ataque. Ceder un día de salario para defender nuestros derechos es una pequeñísima inversión en comparación con los recortes anunciados.
fuente: Daniel Bueno Valencia: La verdad.es
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