sábado, 20 de noviembre de 2010

Ciudad turístico-patrimonial (el caso de Carmona).


Por Antonio García Baeza *
La ciudad es el hábitat común de los ciudadanos. El ámbito donde desarrollan su vida a modo de sucesos ordinarios y extraordinarios, y donde dejan huella de su experiencia generando Patrimonio Cultural (tangible, intangible...).

Hay municipios que, bien por azar bien por respeto, conservan un Patrimonio tan ingente que llegan a plantearse "vivir” de él. Pero negocio y cultura pocas veces han ido de la mano. En realidad uno influye en el detrimento del otro y viceversa. Por eso, hay que generar un "statu quo" en que ambas partes sean beneficiarias.

Hay casos paradigmáticos como la portuguesa Mértola en que la ciudad entera se ofrece al visitante invitándolo a disfrutar mediante la interactuación con el habitante (no hay señales turísticas, ni espacios privilegiados). Siendo la convivencia es el único arma del que acoge y del que es acogido. Y, sin embargo, hay otras veces en que el criterio es marginar a la población de su propia creación, relegando la misma a nuevos espacios (como ejemplo cercano Ronda).

Y realmente ambos criterios, en principio, parecen buenos. En ambos casos se busca un rendimiento económico y se consigue. Pero es en las distancias cortas donde se dirime la cuestión ¿Hay que vivir del Patrimonio o vivir con el Patrimomio?

El fenómeno en Carmona no es novedoso. Allá por el siglo XIX Bonsor (avispado viajero venido de las Galias e Inglaterra) descubrió la capacidad que nuestra ciudad tiene como escenario turístico. A partir de él el municipio se congeló y apenas se ha creado más nada, en materia artística. He aquí el primero de los fallos de la visión del turismo-patrimonial (la ciudad fachada). Los tiempos pasan y, sin embargo, el municipio sigue anclado en grandes monumentos del pasado a pesar de no ser igual Quarmuna que Carmona; ni debería ser igual en la modernidad que en la actualidad (véase "Funes el memorioso" de J.L. Borges).

Una vez asumido este primer paso deberíamos pensar que lo que poseemos, como herencia de nuestro pasado, debemos mantenerlo en el mejor estado posible de modo que (según las leyes de Patrimonio estatal y autonómica) deberíamos inventariarlo, investigarlo, conservarlo y difundirlo. Empero, volvemos a caer en el error de comenzar la casa por el tejado y difundimos lo que está ajado; luego (si se puede y normalmente en precario) restauramos lo que no conocemos; investigamos (y de modo altruista) lo que no sabemos que tenemos. Y así luego vemos como, al no saber qué tenemos delante, pasamos delante de edificios o participamos en tal o cual actividad sin ningún tipo de conocimiento; y vemos como se deprecian año tras año.

No importa que de un tiempo para acá se coloquen farolas nuevas siempre sobre los muros de los monumentos (a poder ser simétricas y en cada una de las fachadas de iglesias y conventos) y la basura se arrime a sus costados (total es mejor así a que los vecinos nos quejemos de que están en nuestras puertas. Véase el Postigo o la trasera de santa María). O que quitemos aparcamientos de los alrededores de un Bien de Interés Cultural (convento de las Descalzas) para, inmediatamente después, lo introducirlo dentro de otro de la misma categoría (parking dentro del convento de santa Clara). O que se quiten los cables de muchas fachadas y de ningún monumento. Por no hablar de la variedad del mobiliario urbano (ni la antigüedad de sus diseños).

Pero la mayor concesión hacia el turismo-patrimonio es la definitiva apropiación del mismo para bien del visitante y el fin de su vida para el ciudadano. Primero con inocentes cerámicas en las fachadas (Iglesia de san Bartolomé siglos XV-XIX...), luego con chapas metálicas con explicaciones algo más extensas y códigos de barra de orden cibernético y digital (que nunca se utilizarán).

Y, de repente, nos levantamos una mañana y perdemos la calle porque ya es de los "turistas". De tal modo que se señalan mediante flechas abogando por unas vías obligatorias. Haciendo que la ciudad "viva del turismo”; que haya que estar presente en estas vías "privilegiadas" para poder participar del negocio; que obliguemos al visitante a renunciar a la ciudad por disfrutar de una directriz.
Creo que es el momento de parar, sentarse, ver el camino trazado y comenzar de nuevo. Reunir ideas. Conocer otras vías más participativas. Revolver en las entrañas de la ciudad. Darnos cuenta de que el verdadero Patrimonio Cultural es el carmonense y sus acciones. Y así devolver a la ciudad el resplandor y el espíritu que poco a poco se apaga.
Carmona, noviembre de 2010.

*ANTONIO GARCÍA BAEZA
Historiador del arte, museólogo e investigador carmonense.

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