miércoles, 28 de marzo de 2012

Murió Rosario “La Carbonera”

Aún resuenan en el matacán de la Puerta de Sevilla -territorio abonado por los dioses carmonenses a este humilde escribidor- las salvas que anuncian honores de plaza y fortaleza por la muerte de una paisana llamada, con familiar cariño, Rosarito “La Carbonera”. Para aquellos lectores lejanos a lazos emotivos la podrán conocer como María Rosario Pérez García.


He dado la orden de desplegar al compás del estruendo -junto a la blanca y verde- la bandera gallega, por ser símbolo de la patria chica adoptiva de nuestra homenajeada. Allí en Oleiros (A Coruña), se despedía de los suyos precisamente en los albores del día internacional de la mujer. Contaba con noventa y cinco años de edad.

Por estos lares, pocas mujeres son conocidas por su trayectoria humana; todo lo más, las puntuales féminas ligadas al poder establecido de concomitancias dictatoriales; lo normal, cuando la mujer trabajadora era tratada como mano de obra barata y elemento reproductor de la especie jornalera. De esa humanidad, de fidelidad, de sufrimiento y de amor, traigo a colación la semblanza de una mujer carmonense que como tantas otras fueron silenciadas y desconocidas por el presente paisanaje.

Rosarito, vivió en las primeras décadas del siglo XX, en el número seis de la calle de la Gallega –curiosidad-, rúa de conexión arrabalera y de expansión vecinal –calles Teniente Lería y Chamorro-; territorio de explosión demográfica, de corral compartido y piojera infantil. Lo de “Carbonera” era añadido, como mote oficial, por aquello de que su familia tenía un despacho de carbón, cisco y picón, locales de accesorias de gran portal, de oscuridad manifiesta y de faces mineras.

De la calle de la Gallega al Paseo de Elías Luna: un salto; para, acera abajo, cumplir con el rol impuesto a las jóvenes de la época y edad. Y un día, el primero de mayo de mil novecientos treinta y cuatro, sin más preámbulos o protocolos, se acercó Cupido al encuentro en esa pasarela por excelencia de la juventud carmonense. “Estoy leyendo, y veo pasar a una mujer vestida de negro, luto por su finado padre, la que me deja embobado, no tengo otra idea que la de salir detrás de ella. Me dicen que esa joven pasa por allí cada día, que va a una academia de costura cercana y que se llama Rosarito la Carbonera, porque su familia tiene una venta de carbón al detalle. Pasó lo que tenía que pasar, nos enamoramos, no sin dificultades. Las familias congeniaron bien y desde ese día hace setenta años vivimos juntos. Pasamos tiempos buenos y malos. Cruzamos ríos y océanos, cerros y valles, pero estamos juntos…”.

Así se unieron de por vida Rosario “La Carbonera” y Manuel “El Madrileño”, sin necesidad de enlace oficial; ni falta que hizo en su momento para un compromiso vital de dos jóvenes enamorados. Desde aquella fecha, Rosario fue la compañera de Manuel, aquel mozalbete guapetón, rebelde y revolucionario que, en las filas de la CNT, luchaba junto a sus compañeros libertarios por mejorar las condiciones de vida de los jornaleros. Y entre estos dos factores tan dispares pero tan cruciales a la vez, amor e ideales, llegó la separación temporal por mor de la rebelión militar de julio de mil novecientos treinta y seis, precisamente cuando ambos disfrutaban de la llegada de Nardo; su primer hijo.

Muerte, fusilamientos y horror, hicieron que ambos se separaran huyendo de Carmona. Rosario al paraje conocido por Azanaque, una gran explotación agraria donde era fácil refugiarse entre la solidaridad de los jornaleros que allí operaban y convivían. Mientras Manuel, acabados los últimos cartuchos de pólvora contra los militares rebeldes, emprendía huída hacia la sierra norte entre la milicia popular. Sus dotes de mando y liderazgo hicieron que pronto subiera en el escalafón militar e intentara el anhelado reencuentro.

Por ello, Rosario recibió en Azanaque la visita sorpresa de dos milicianos llegados desde Álora en el frente de Málaga, con el objetivo de rescatarla. Eran los jóvenes Miguel Sánchez Millán y Francisco Prieto Morote, teniente y soldado respectivamente de la columna confederal Francisco Ascaso, que se ofrecieron voluntarios para la misión. Circunstancias adversas hacen que fracase la misma, y a la altura de la localidad sevillana de El Saucejo, mueren abatidos por guardias civiles y falangistas, salvándose Rosario al levantar a su hijo por los aires desde unos matorrales donde se hallaba escondida. Detenida, encarcelada e interrogada en los calabozos del pueblo, Rosario fue trasladada a la Prisión Provincial de Sevilla, donde ingresa, “sin cargos y con un niño” el veinte de diciembre de mil novecientos treinta y seis. Cuatro meses más tarde, Rosario y Nardo salen de la Prisión Provincial para ser puestos a disposición militar, para pasado algún tiempo ser canjeados, entre otros prisioneros, por la familia del militar golpista Fidel Dávila.

Rosario y su hijo Nardo van a instalarse en Capellades (Barcelona), mientras Manuel continúa la guerra en diversos frentes con el rango de mayor del ejército de la República. Meses después nace en la localidad catalana su segundo hijo, una niña a la que ponen de nombre Azucena. El avance de las tropas franquistas hace obligado el paso de la familia a Francia, por lo que el Consulado General de España en París expide un pasaporte a favor del perito agrícola y en construcciones Manuel Mora, la costurera Rosario Pérez y los hijos de ambos, Nardo y Azucena; era una segunda separación pues Rosario y los niños tras entrar en Francia fueron llevados a la Normandía. Tras siete meses de búsqueda, por fin Rosario y Manuel se reencuentran en la localidad de Cresseron, próxima a Caen, para instalarse definitivamente en el Havre.

Una nueva fatalidad tendrá que soportar Rosario, cuando todo empezaba “a enderezarse”: el secuestro de Nardo por parte de un grupo de mercenarios. La resolución judicial de este conflicto provoca el tener que abandonar el territorio francés. Embarcados en el Fort de France, el mismo día que Francia e Inglaterra declaraban la guerra al eje Berlín-Roma, llegan, tras treinta y un días de odisea marítima, a la isla de la Martinica.

Republicana Dominicana, Haití, Panamá, Venezuela... Rosario supo siempre luchar por la familia y soportar en silencio el exilio, la cárcel de su compañero... como tantas y tantas mujeres españolas que sufrieron la represión franquista. En abril de mil novecientos setenta y cinco, con pasaporte venezolano regresa a España, viajando durante seis meses por la geografía nacional y, como no, visitando su pueblo natal: Carmona. “¡Pobre Carmona¡”

Pero aquí se instala con Manuel, años más tarde, cuando desaparecido Franco, compran un pisito en la calle Castilla número siete... Y una vez que “la ciudad vivía en calma e invadidos por un cosquilleo, de nostalgia o por una segunda juventud” llegaron a inscribirse como matrimonio en el registro civil de Carmona el veintitrés de mayo de mil novecientos noventa y uno.

Pero el paraíso no estaba en Carmona. Rosario, fiel a su esposo que se sentía “a gusto pero ignorado y a veces rechazado”, le sigue una vez más, sopesada la balanza de la vida, y ambos deciden vivir junto a su hija Azucena en La Coruña. Allí murió Manuel el dos de mayo de dos mil cinco. Y hace pocos días, el nueve de marzo de dos mil doce, María Rosario Pérez García, mi paisana Rosario, Rosario «La Carbonera».


Carmona a 24 de marzo de 2012
Fdo. Francisco Eslava Rodríguez

No hay comentarios: