Deben perdonar los lectores, pero uno creía honradamente que determinados discursos sobre el trabajo y su representación colectiva habían sido desterrados del lenguaje político y de su reformulación mediática sobre la base de su incompatibilidad con un cierto grado de civilización.
Igual que el discurso machista, el discurso esclavista parecía inconcebible en las personas “civilizadas” y, como el racista, se veía proscrito y reprimido cuando asomaban sus trazas engarzadas en un razonamiento un poco más complejo o articulado. Parece sin embargo que los vientos que acompañan a la crisis económica han recuperado estos arquetipos incompatibles con la democracia y con la cultura de la civilización europea a estas alturas del siglo XXI.
Viene esto a cuenta del reciente elogio que en el periódico que tiene la segunda tirada nacional, “El Mundo”, realiza uno de sus columnistas sobre el despido libre. Hace un año, en febrero del 2010, un reputado modisto y empresario, Adolfo Domínguez, urgió al Gobierno a implantar un "despido libre, sin trabas administrativas ni judiciales" en el mercado laboral para que la gente se gane "cada día" su puesto de trabajo y así solucionar la crisis en España, pero en esta ocasión Salvador Sostres – que así se llama el columnista – elogia el libre desistimiento del contrato de trabajo por parte del empresario acompañado de un violento ataque contra los sindicatos. Lo que dice este creador de opinión es lo siguiente : “El despido libre es el anatema de los sindicatos, pero como suele suceder cuando se trata de los sindicatos, es también la solución más justa e inteligente. Toda indemnización por despido es un asalto a punta de navaja en un país infectado de jueces sindicalistas que cada despido lo hallan improcedente. Los derechos del trabajador los garantiza el empresario que los paga. Sin empresarios no hay riqueza, ni puestos de trabajo, ni sindicatos, ni tan siquiera liberados sindicales (…) Robar no es nunca una solución: y el sistema sindical es un atraco que debe cesar para que crear riqueza vuelva a ser estimulante y no esta Ciudad Juárez en que se ha convertido la política laboral española”.
De esta manera, la reivindicación del despido libre como forma de creación de riqueza – algo en lo que coinciden el columnista de El Mundo y el modisto-empresario - se presenta como un sucedáneo del objetivo principal, la erradicación del sistema sindical como solución “justa e inteligente”. La reivindicación por tanto de un trabajador sin derechos, la “desinfección” (“desratización” sería quizá más apropiado para el columnista) del país respecto de los sindicatos y de los sindicalistas – entre ellos una extraña categoría de los “jueces sindicalistas” - implica el elogio del esclavismo y del trabajo forzoso como paradigma social y económico a imponer en un país como España. Este discurso se podría tomar por lo que es, un exabrupto post-fascista, si no fuera por el silencio que le ha rodeado. Resulta llamativo en efecto que este discurso no haya encontrado ninguna respuesta, como sin embargo si sucedió con otras afirmaciones repugnantes de este mismo columnista del gran rotativo madrileño dichas en un programa de televisión en el que participaba. Nadie ha dirigido una carta de repulsa, promovido un boicot, exigido la expulsión de este personaje de un diario importante del país. Se dirá que la catadura moral del personaje aconseja no dar relieve a lo que dice, pero se olvida que el relieve lo da la tirada del periódico en el que trabaja, y los cientos de comentarios extremadamente favorables que tiene en el blog de El Mundo. Lo más llamativo es la insensibilidad social en la opinión pública y la carencia de respuesta colectiva y política ante tales elogios de la violencia de clase, del desprecio hacia el trabajo y del odio hacia el sindicato como figura que simboliza la dignidad social colectiva. Esta apatía social felizmente no se manifiesta cuando el discurso es machista o racista, porque esos supuestos siempre hay un debate vivo en cuanto se subraya la incompatibilidad de esas afirmaciones con un marco de convivencia democrático.
En este contexto de antisindicalidad extendida y remachada desde todos los ámbitos en la opinión pública que se presenta explícitamente como complemento directo de la negación de cualquier demanda de derechos para el trabajador considerado un ser social subalterno y subordinado a los procesos de creación de riqueza, no es de extrañar el contagio de este virus autoritario y antidemocrático. De esta forma, el propio Secretario de Estado de la Seguridad Social, don Octavio Granados, ha acudido a lo que definió en una comida organizada por la Agrupación de Periodistas de Información Económica (APIE), como “términos comerciales” para explicar que las medidas contenidas en el plan de fomento del empleo – objeto por cierto del acuerdo con los sindicatos – buscaban “poner barata la mercancía de nuevos trabajadores” para que estos fueran cotizantes al sistema. A este alto cargo público conviene recordarle que este tipo de argumentos fue ya utilizado en la crisis de los años 90, con consecuencias desastrosas para la Seguridad Social, pero al margen de este hecho evidente, el discurso que normaliza el precio (bajo) de la mercancía humana como un valor para el sistema es, en si mismo, profundamente antidemocrático y desprecia la dignidad del trabajador como ciudadano y como persona. No se trata sólo de una “desafortunada expresión” como han subrayado los medios de comunicación exculpatorios, sino un modo de pensar la política y la economía en términos radicalmente opuestos a la cláusula del Estado social de nuestra constitución. De forma indirecta en ese discurso hay además una aproximación a la función sindical que concibe a los sindicatos como portadores de la mercancía trabajo a un mercado en donde la ofrecen a bajo precio para conseguir colocarla en mayor número. No es desde luego una visión que se corresponda con la realidad, pero no por ello es menos evidente que se trata de una consecuencia directa del argumento expresado “en términos comerciales”.
Es por tanto importante que el sindicalismo español esté atento y reaccione ante estas manifestaciones culturales tan agresivas respecto de su actuación y de sus funciones, que van apareciendo e instalándose en la opinión pública sin apenas resistencia ciudadana. Eso requeriría posiblemente abrir un frente de reflexión sobre la posición del sindicato en los medios de comunicación y sobre la progresiva configuración de éstos como estructuras de opinión opacas y resistentes a cualquier penetración democrática, en abierta contradicción con los derechos de libre expresión y de información que recoge la constitución. Pero eso será motivo de otras intervenciones. Permanezcan atentos a la pantalla.
Viene esto a cuenta del reciente elogio que en el periódico que tiene la segunda tirada nacional, “El Mundo”, realiza uno de sus columnistas sobre el despido libre. Hace un año, en febrero del 2010, un reputado modisto y empresario, Adolfo Domínguez, urgió al Gobierno a implantar un "despido libre, sin trabas administrativas ni judiciales" en el mercado laboral para que la gente se gane "cada día" su puesto de trabajo y así solucionar la crisis en España, pero en esta ocasión Salvador Sostres – que así se llama el columnista – elogia el libre desistimiento del contrato de trabajo por parte del empresario acompañado de un violento ataque contra los sindicatos. Lo que dice este creador de opinión es lo siguiente : “El despido libre es el anatema de los sindicatos, pero como suele suceder cuando se trata de los sindicatos, es también la solución más justa e inteligente. Toda indemnización por despido es un asalto a punta de navaja en un país infectado de jueces sindicalistas que cada despido lo hallan improcedente. Los derechos del trabajador los garantiza el empresario que los paga. Sin empresarios no hay riqueza, ni puestos de trabajo, ni sindicatos, ni tan siquiera liberados sindicales (…) Robar no es nunca una solución: y el sistema sindical es un atraco que debe cesar para que crear riqueza vuelva a ser estimulante y no esta Ciudad Juárez en que se ha convertido la política laboral española”.
De esta manera, la reivindicación del despido libre como forma de creación de riqueza – algo en lo que coinciden el columnista de El Mundo y el modisto-empresario - se presenta como un sucedáneo del objetivo principal, la erradicación del sistema sindical como solución “justa e inteligente”. La reivindicación por tanto de un trabajador sin derechos, la “desinfección” (“desratización” sería quizá más apropiado para el columnista) del país respecto de los sindicatos y de los sindicalistas – entre ellos una extraña categoría de los “jueces sindicalistas” - implica el elogio del esclavismo y del trabajo forzoso como paradigma social y económico a imponer en un país como España. Este discurso se podría tomar por lo que es, un exabrupto post-fascista, si no fuera por el silencio que le ha rodeado. Resulta llamativo en efecto que este discurso no haya encontrado ninguna respuesta, como sin embargo si sucedió con otras afirmaciones repugnantes de este mismo columnista del gran rotativo madrileño dichas en un programa de televisión en el que participaba. Nadie ha dirigido una carta de repulsa, promovido un boicot, exigido la expulsión de este personaje de un diario importante del país. Se dirá que la catadura moral del personaje aconseja no dar relieve a lo que dice, pero se olvida que el relieve lo da la tirada del periódico en el que trabaja, y los cientos de comentarios extremadamente favorables que tiene en el blog de El Mundo. Lo más llamativo es la insensibilidad social en la opinión pública y la carencia de respuesta colectiva y política ante tales elogios de la violencia de clase, del desprecio hacia el trabajo y del odio hacia el sindicato como figura que simboliza la dignidad social colectiva. Esta apatía social felizmente no se manifiesta cuando el discurso es machista o racista, porque esos supuestos siempre hay un debate vivo en cuanto se subraya la incompatibilidad de esas afirmaciones con un marco de convivencia democrático.
En este contexto de antisindicalidad extendida y remachada desde todos los ámbitos en la opinión pública que se presenta explícitamente como complemento directo de la negación de cualquier demanda de derechos para el trabajador considerado un ser social subalterno y subordinado a los procesos de creación de riqueza, no es de extrañar el contagio de este virus autoritario y antidemocrático. De esta forma, el propio Secretario de Estado de la Seguridad Social, don Octavio Granados, ha acudido a lo que definió en una comida organizada por la Agrupación de Periodistas de Información Económica (APIE), como “términos comerciales” para explicar que las medidas contenidas en el plan de fomento del empleo – objeto por cierto del acuerdo con los sindicatos – buscaban “poner barata la mercancía de nuevos trabajadores” para que estos fueran cotizantes al sistema. A este alto cargo público conviene recordarle que este tipo de argumentos fue ya utilizado en la crisis de los años 90, con consecuencias desastrosas para la Seguridad Social, pero al margen de este hecho evidente, el discurso que normaliza el precio (bajo) de la mercancía humana como un valor para el sistema es, en si mismo, profundamente antidemocrático y desprecia la dignidad del trabajador como ciudadano y como persona. No se trata sólo de una “desafortunada expresión” como han subrayado los medios de comunicación exculpatorios, sino un modo de pensar la política y la economía en términos radicalmente opuestos a la cláusula del Estado social de nuestra constitución. De forma indirecta en ese discurso hay además una aproximación a la función sindical que concibe a los sindicatos como portadores de la mercancía trabajo a un mercado en donde la ofrecen a bajo precio para conseguir colocarla en mayor número. No es desde luego una visión que se corresponda con la realidad, pero no por ello es menos evidente que se trata de una consecuencia directa del argumento expresado “en términos comerciales”.
Es por tanto importante que el sindicalismo español esté atento y reaccione ante estas manifestaciones culturales tan agresivas respecto de su actuación y de sus funciones, que van apareciendo e instalándose en la opinión pública sin apenas resistencia ciudadana. Eso requeriría posiblemente abrir un frente de reflexión sobre la posición del sindicato en los medios de comunicación y sobre la progresiva configuración de éstos como estructuras de opinión opacas y resistentes a cualquier penetración democrática, en abierta contradicción con los derechos de libre expresión y de información que recoge la constitución. Pero eso será motivo de otras intervenciones. Permanezcan atentos a la pantalla.
fuente: ABaylos
Imagen:ElRoto
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