jueves, 17 de febrero de 2011

Conservar. A la tercera ¿va la vencida?

Antonio García Baeza

¿Quién, cuando ha salido de Carmona no ha comentado a otros, con orgullo, su belleza? ¿Acaso los carmonenses no hacemos de su historia, monumentos y costumbres ancestrales parte de nuestra realidad? Y, a veces, ¿no sucede que paseamos entre sus calles sin reparar en sus detalles y cada vez participamos menos de sus tradiciones?... Quizás es normal que lo cotidiano se vuelva monótono e incluso invisible.

No hablamos retóricamente. Sabemos que desde no hace mucho tiempo hemos vuelto a ver y somos conscientes del interés que desprende nuestro Patrimonio ante nosotros y ante el mundo. De hecho, ya se plantea como un motor de futuro, quizás a veces de manera demasiado esperanzada. Pero, no siempre ha sido así y fueron los mismos carmonenses los que lucharon en su contra.

Al respecto traemos el caso de la Puerta de Sevilla, mal llamado alcázar. Una plaza infranqueable y pieza clave de la poliorcética mundial, a la sazón ejemplo de respeto estético -que no entre culturas- y símbolo de la ciudad, que durante la última centuria ha sobrevivido a importantes avatares.

Sin ir más lejos, -más allá de los intentos de demolición de 1755 y 1877- el 17 de agosto de 1896, tras la destrucción del Arco de Felipe II que precedía a la Puerta, la Sociedad Arqueológica de Carmona se hace eco en sus actas del destrozo causado en las dovelas del arco almohade en las obras que realizadas por la Compañía de la Luz (Archivo Conjunto Arqueológico de Carmona. III.2, leg. 2, lib 6). Un destrozo que aun puede contemplarse in situ.

Pero este caso que no fue aislado sino que, en aras del progreso y aprovechando unas obras de empedrado de la calle, el 27 de enero de 1905 comienzan a rebajarse las jambas e intradós de los arcos con el fin de ensanchar la calle para el paso de carros. Un hecho rocambolesco (véase CABALLOS RUFINO, Antonio. “Prólogo”, en: Carmona Romana; MAIER, Jorge. Jorge Bonsor, p. 87-88) que acaba con la imposición, por mandato del Gobernador Provincial, del fin de las obras y la “restauración” de los desperfectos. Un daño que, si bien ya esta está hecho, supuso la toma de conciencia sobre la importancia del inmueble permitiendo su inmediata declaración de Monumento Nacional.

Con ello la Puerta vuelve entenderse como emblema del municipio, con tal potencial que los administradores locales en 1964, bajo los preceptos del incipiente turismo, acometen el denominado “Proyecto de Obras de Defensa y Mejora de la Travesía de Carmona”, cuyo fin consiste en hacer pasar la carretera de un modo cómodo por el interior del municipio, quebrándose ante la nueva puerta de entrada turística. Este trasnochado proyecto, que muchos vecinos recuerdan, supuso el ensanche definitivo de la calle san Pedro y el derrumbe de las casas anexas a la Puerta, dando paso a la única travesía de la carretera Madrid-Cádiz que no circunvalaba una población. El resultado de tan discutible proceso supone encontrar tras las casas un monumento en estado precario e inestable y, bajo ellas, un solar totalmente desorganizado.

Por ello, Rafael Manzano Martos tuvo que improvisar la “restructuración” del monumento y un proyecto urbanístico que pretende unificar el entorno -consistente en una plaza centralizada, unificación de fachadas, una doble puerta en la muralla para el tránsito de coches y elevar un monumento a modo de rotonda, todo en consonancia con un historicismo-regionalismo desfasado-. Una estrategia que sólo se ejecuta en lo concerniente a la Puerta y que supone el origen del caos reinante en el perímetro del inmueble. Así, desde entonces, hemos visto sucederse plazas -Palenque y Blas Infante-, jardines, farolas, rotondas, parkins, bolardos, cadenas, señalética,… sin intención finalista.

Nuevamente en los 80-90 se acometen reformas que dotan al inmueble de un uso turístico y cultural. De hecho, si en parte la Puerta se conserva es porque alberga la Oficina de Turismo. Utilidad que podría ser mayor si alguna vez se ejecutara el complejo propuesto por Alfonso Jiménez.

Con la llegada del nuevo milenio la Puerta de Sevilla ha dado síntomas de agotamiento. La falta de cimentación -dejada al descubierto tras la destrucción de las casas colindantes-, las filtraciones de agua –desde los jardines-, los corrimientos de tierra -debido a los rellenos que la circundan, como el Albollón y la Puerta de Córdoba-, los elementos anacrónicos -como el plafón que pende en el centro del arco nuevo- pero, sobre todo, la falta de un plan integral y uniforme, de un claro criterio de actuación, han dado pie a tener que enfrentarse de modo más o menos afortunado a los problemas que van dando la cara día a día.

Y, sin embargo, mientras colocamos un enorme herraje que evite su desplomen aprovechamos para levantar la calle y pasar el tráfico rodado por el BIC. O retiramos el cemento a base de vibraciones mientras sólo la tienda de Paco Vago es testigo de sus males. O usamos agua a presión y picamos directamente los sillares para aparentar mayor limpieza. O colocando fuentes que reactivan seriamente dos de sus factores de deterioro -el agua y la firmeza del terreno-. O, de modo más habitual, permitimos la colocación de mesas por doquier, la entrada coches y taxis-turísticos, y los actos vandálicos -pintadas, escaladas por la torre del homenaje- con total impunidad, a pesar de existir una normativa vigente muy estricta. Todo en detrimento de este incomparable marco.

Hombre, progreso y naturaleza han sido los principales males de este monumento que ha corrido mejor suerte que el corral de comedias de la calle Prim, el convento de san José o el, casi desaparecido, de santa Ana. Hoy me pregunto que si así hemos tratado a la Puerta de Sevilla, que la tenemos diariamente ante nuestros ojos, ¿qué será de las clausuras carmonenses apunto del colapso? Espero, al menos, que un futuro distinto que al de Concepción.
Carmona, febrero de 2011.

Antonio García Baeza
Historiador del Arte, museólogo e investigador carmonense.

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