miércoles, 15 de diciembre de 2010

El crack de una generación

Cristina Bermejo

La excesiva relajación contractual, lejos de generar empleo, lo único que ha conseguido ha sido degradar y desregular las relaciones laborales para trabajadores y trabajadoras más jóvenes”. Una generación de gran capital humano que no encaja en un sistema de producción agotado, basado en sectores que requieren mano de obra intensiva pero de baja cualificación


A finales de septiembre la organización para la cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) advertía del peligro que suponía la elevadísima desocupación juvenil en los países más desarrollados, como amenaza de una nueva “generación perdida”. Desde entonces, han llovido decenas de artículos en prensa que alertaban sobre este problema, pero quizá no han ahondado demasiado en cuáles eran las causas y se han dejado llevar más por la parte testimonial de jóvenes en situación de desempleo, y no tanto por tratar de vislumbrar alternativas de salida a ese círculo vicioso de la precariedad juvenil.

Es cierto que se está poniendo en serio riesgo a la que es, sin duda, la generación mejor formada de nuestra historia. sin embargo, lejos de caer en el victimismo, hemos de pasar a la acción poniendo en marcha medidas que hagan frente a este lastre laboral, que se venía arrastrando desde antes de que irrumpiera la crisis económica.

Con una tasa de paro del 42% entre los menores de 25 años, la reforma laboral propuesta por el Gobierno no ha hecho más que empeorar las condiciones de un sector de población castigado de forma constante por las sucesivas normativas en el ámbito del trabajo. A modo de ejemplo, si y remontándose a la historia de las huelgas generales en España, se encuentra que en diversas ocasiones el motivo de esas movilizaciones ha sido justamente el ataque indiscriminado hacia la contratación joven, proponiendo nuevas fórmulas rebajadas en derechos, en exención de cotizaciones, en abaratamiento del despido, etc. De hecho, la convocatoria de Huelga General del 14 de Diciembre de 1988 respondía al denostado Plan de Empleo Juvenil que planteaba, entre otras cosas, un contrato de inserción específico para jóvenes, es decir, un contrato más flexible en derechos y salario. Aunque aquel paro consiguió la retirada del plan, lo cierto es que el Estatuto de los trabajadores ya recogía desde 1984 los contratos formativos, que suponían una merma importante de condiciones en pro de una “supuesta” incentivación a la contratación joven.

Los diferentes Gobiernos, a través de la legislación, han tratado de motivar el empleo de jóvenes introduciendo modificaciones que abarataran el coste de los contratos, con la falsa idea de que así el empresariado tendría en cuenta a este colectivo en la creación de puestos de trabajo. sin embargo, esa excesiva relajación contractual, lejos de generar empleo, lo único que ha conseguido ha sido degradar y desregular las relaciones laborales para trabajadores y trabajadoras más jóvenes, e incluso algo aún peor: generar la idea de que la inserción al mercado de trabajo tiene que pasar de forma irremediable por un “peaje” de precariedad. Esa precariedad hasta ahora se ha materializado en una elevadísima temporalidad, bajos salarios, falta de protección social, no reconocimiento de la cualificación profesional y un larguísimo etcétera. Pero, ¿qué ocurre cuando ya ni siquiera se demanda calidad en el empleo porque lo que falta es precisamente esto, el empleo?

El Gobierno de Zapatero, consciente como todos sus antecesores de la necesidad de atajar este problema estructural, propone en la Mesa de Diálogo social un programa de empleo joven como uno de los cinco ejes básicos de su política de empleo a comienzos de 2010. Y de nuevo, ante un acuerdo infructuoso en ese marco, el Gobierno legisla unilateralmente y se olvida de tal programa para hacer alusión al desempleo juvenil en la reforma laboral únicamente modificando, por tercera vez, los contratos formativos. El resultado ha sido un alargamiento en las edades en las que se pueden realizar tanto el contrato para la formación como el contrato en prácticas. teniendo en cuenta que el primero no garantiza ni el salario mínimo interprofesional y el segundo puede reducir el sueldo base hasta un 40 % de lo que se marca en convenio, nos encontramos de nuevo con una generación perdida. Perdida en el limbo del paro y perdida en un mundo del trabajo que considera a la juventud mano de obra barata, trabajadoras y trabajadores de segunda categoría.

Más allá de las reformas en estas modalidades contractuales específicas para jóvenes, que por cierto, ni siquiera suponen el 3% del total de la contratación, no se ha adoptado ninguna otra medida para solucionar el resto de problemas laborales que atañen a la juventud española. De esta forma, no se acaba con una temporalidad injustificada ni con la hilación de contratos, que conduce a pensar en el contrato indefinido como un sueño inalcanzable antes de los 35 años.

Algunas personas ven el sueño precisamente en poder firmar un contrato real y con garantías, después de un eterno peregrinaje por el alegal mundo de las prácticas y las becas que parecen no tener fin. Y otras, más afortunadas, porque tienen empleo, ven completamente frustrada su carrera profesional porque el trabajo que desempeñan poco o nada tiene que ver con su nivel de cualificación y/o con el tipo de estudios que realizaron. Pero en peores circunstancias están miles de jóvenes en paro que encontraron empleo en la etapa de crecimiento económico, incluso abandonando los estudios de forma temprana, y que ahora se ven sin trabajo y sin posibilidades de encontrarlo por falta de formación.

La explicación a este panorama desolador no es otra que la de entender que estamos ante una generación de gran capital humano que no encaja en un sistema de producción agotado, basado en sectores que requieren mano de obra intensiva pero de baja cualificación. La ruptura de la burbuja inmobiliaria ha puesto de manifiesto que nuestro país no puede asentarse sólo en la construcción y los servicios. Es hora de producir bienes industriales, sostenibles en términos medioambientales, de aplicar nuevas tecnologías, de apostar por la investigación, porque sólo así se generará empleo y lo que es más importante: empleo de calidad para hombres y mujeres, para jóvenes y mayores. la necesidad de un cambio de modelo productivo se hace aún más evidente cuando se empieza a producir, ya, en este momento, una pequeña “fuga de cerebros”, un ligero flujo migratorio de jóvenes con cualificación. Este fenómeno, antes casi exclusivo del personal investigador y científico, comienza a extenderse a arquitectas, ingenieros, cineastas, enfermeros, y un sinfín de profesionales que ven en su marcha al extranjero la única alternativa para encontrar un empleo digno.

Quienes no están dispuestos a marcharse, la mayoría, se enfrentan a una situación laboral bastante desalentadora y exponiéndose a que además se les tilde de generación ni-ni con extremada facilidad. no podemos compartir en absoluto las cifras que hablan de un 15% de personas que ni estudian, ni trabajan ni buscan empleo. si hacemos un estudio escrupuloso de las estadísticas sólo el 3% de la juventud inactiva declara no hacer nada.

Y, desde luego, las políticas de empleo tampoco les ayudan a salir de esa apatía. Los servicios públicos de empleo no realizan la función de atención y orientación que deberían para jóvenes en desempleo, la oferta de cursos formativos es absolutamente insuficiente, la formación profesional ha dejado a unas 40.000 personas solicitantes sin plaza para el curso 2010-2011, la mayoría de jóvenes no cotiza lo suficiente para tener derecho a prestaciones por desempleo..., entre otros problemas. De este modo, no es de extrañar que un nutrido grupo de jóvenes no figure en las estadísticas porque consideran que inscribirse en la oficina de empleo no les garantiza ninguna salida a su situación. Probablemente el colchón familiar que respalda a jóvenes mileuristas (o setecientoeuristas, incluso), la economía sumergida que da un respiro a quienes están en paro o, directamente, la emigración hacia países con más y mejores posibilidades de empleo, son soluciones que a corto plazo están frenando un cisma social. Pero si no se genera actividad económica y se produce una mejora cuantitativa y cualitativa de la formación para adaptarse a los nuevos cambios productivos del futuro, esas “alternativas” de subsistencia desaparecerán y podemos encontrarnos con una generación rota, la de más de un millón y medio de jóvenes que ya están al borde del crack.

Fuente: CCOO

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