lunes, 6 de diciembre de 2010

De cómo conocer el pasado puede facilitar el presente.

Es curioso como hace poco comentábamos la necesidad de conocer nuestro Patrimonio como autoafirmación y, días después, un sábado a la hora del almuerzo la realidad superó la más inspirada de las ficciones. ¡El suelo cedía bajo nuestros pies de manera preocupante!

Ver el despliegue civil y mediático que se dio cita alrededor de tan magna catástrofe hizo que nos planteásemos si tal cataclismo podía haberse evitado, al menos en parte, con algo de noción histórica. Con esa intención y con curiosidad nos adentramos en la bibliografía carmonense ad hoc y su resultado, de forma concisa, es el que sigue.

No hace falta remontarnos muy atrás. Algunos vecinos seguro que recuerdan un suceso similar acontecido hace escasos años aunque de consecuencias más trágicas. Corría el mes de marzo de 1962 cuando «En el sitio conocido por el Arbollón, y cuando se encontraban cuatro muchachos y un anciano buscando chatarra, se produjo un desprendimiento de tierras provocado por las recientes y abundantes lluvias. Por la rapidez y cantidad de tierra movida, poco pudieron hacer para situarse a salvo alcanzando a todos ellos y enterrando totalmente al anciano, de sesenta y tres años de edad, y a un muchacho de dieciséis, familiares ambos. / A pesar de la rapidez con que actuaron las Autoridades locales y vecindario en las operaciones de salvamento, nada se pudo hacer por los sepultados» (Estela, año IV, marzo, nº 66, p. 8).

Y es que no hay nada nuevo bajo el sol. Si históricamente los carmonenses le dimos a la calle Hermana Concepción Orellana el título de Albollón sería porque esta zona es un albañal, es decir, un «desaguadero de estanques, corrales, patios, etc.» (Diccionario RAE). Pero… ¿desde cuándo lo es? ¿En qué medida es el desencadenante del problema?

Podemos suponer el origen en la transformación que ha sufrido el margen del alcor unas veces por causas naturales y otras antrópicas. Concretamente, el Albollón es una zona de relleno creada hace dos milenios por las autoridades imperiales para la consecución de la nueva Carmo. Y no es la única vaguada artificial del momento sino que según las excavaciones arqueológicas existen al menos otras dos que corresponden al Cenicero, colindando con la Puerta de Sevilla (que ¿casualmente? también anda en obras por razones de cimentación), y al espacio existente entre san Felipe y san Mateo (LINEROS ROMERO, Ricardo. «Urbanismo romano de Carmona I», en CAREL. Nº III. Carmona: S&Cediciones, 2005. Pp. 987‐1033).

En este interés por ganar terreno (al más puro estilo mejicano o flamenco) el mayor plan trazado fue el relleno de la vaguada del Albollón que parte de la plaza Marqués de las Torres y se abre en forma de V hasta dar con el margen de la ciudad. Un emplazamiento que no sólo se colmata sino que se dota de alcantarillado, siendo desde entonces una de las evacuaciones más importantes de la población. Así lo atestigua una fotografía conservada en el Fondo Bonsor (Archivo General de Andalucía) (ilustración que se adjunta) y se describe en los textos del arqueólogo francés de Thouvenot (THOUVENTOT, R. «Las murallas romanas de Carmona», en CAREL. Nº IV. Carmona: S&Cediciones, 2006. Pp. 1360‐1385).

La falta de suelo firme, las escorrentías de agua y la topografía del terreno se presentan constantemente como problemas expuestos al capricho de la naturaleza. Así el Viernes Santo de 1604 la tierra tembló a unos siete grados en la escala Richter y, según nos cuenta una crónica de la época, «la mayor parte de los adarves [muros] están derribados por muchas partes y después del terremoto cada día se caen y se han de caer» (GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Manuel. Carmona medieval. Sevilla: Fundación José Manuel Lara,2006. P.173). Al igual que sucede en el seísmo de 1755.

A partir de entonces este espacio se ha tenido por baldío. De hecho perteneció, hasta fechas muy recientes, al convento de las Descalzas sirviendo de silo y huerta, elevándose la cota de suelo «como consecuencia de sedimentos provocadas por el uso de estas superficies como muladares» (ANGLADA CURADO, Rocío; [et al.] «Persistencia y transformación en el urbanismo de la Carmona Moderna», en: Carmona en la Edad Moderna. Carmona: Univ. Sevilla, 2003. P.379) e incrementando el peso soportado por la ladera.
Y es que en el pasado se le ha tenido mucho respeto a este área. De hecho, la ciudad se ha ido abriendo a la vega conforme se ha desplomado la muralla menos por este flanco que se ha vuelto a elevar de manera constante a modo de defensa. Al igual que se ha permitido, hasta hace pocos años, el vertido de escombros y basuras, quizás para crear un parapeto artificial y evitar desprendimientos de tierra.

Y aun intentamos domesticar la naturaleza y obviamos el ejemplo de la historia de otros carmonenses que sufrieron los mismos avatares. Simplemente, permitimos construir donde no hay cimientos, toleramos el tráfico de coches donde antes no pasaban más que carros o cegamos los problemas con capas de albero que recuerdan al alcor que se encuentra veinte metros por debajo. Y del mismo modo intentamos soportar la Puerta de Sevilla a base de cinchos para que no corra ladera abajo, parcheamos la carretera de la Ermita, rellenamos la grieta del Alcázar de Arriba o no nos fijamos en las preocupantes grietas de la puerta de Córdoba y de la cúpula del convento de las Descalzas. Una lucha contra el terreno tan antigua como la propia Carmona y un pasado del que nunca queremos aprender.

Carmona, diciembre de 2010.
ANTONIO GARCÍA BAEZA
Historiador del Arte, museólogo e investigador carmonense.

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